En 1982, Sergio Larraín, el enigmático fotógrafo chileno, entrego al mundo algo más que imágenes: una carta a su sobrino que, con el tiempo, se ha transformado en un verdadero manifiesto para cualquier amante de la fotografía. Este no es un simple conjunto de instrucciones técnicas, sino una inmersión en la filosofía de la visión, un llamado a capturar la esencia de la vida a través del lente.
Larraín, con la sabiduría que solo la experiencia y la pasión pueden forjar, destila en sus palabras la poesía, la sencillez y la profundidad que caracterizan su obra. Su carta es un viaje al corazón de la fotografía, donde la técnica se fusiona con la emoción, y donde cada imagen se convierte en un reflejo del alma del artista.